Woodstock del 99 y el Manual del buen millennial

Como tantos otros iguales, pertenezco a la llamada Generación Y, más conocida como millennial. Honro a la mayor parte de mis semejantes cobrando un sueldo que apenas llega al mínimo, viviendo en un piso que a mis 30 años no es mío y preocupándome más por la lactosa que por mi ausencia de descendencia.

No obstante, si tuviera que materializar el contexto de mi generación, ofrecerle un cuerpo, sería Woodstock 1999. Enfermedades, vandalismo, acoso sexual, violencia y muerte. Esas fueron las consecuencias de una ambición desmedida por parte de organizadores de aumentar ganancias y reducir costes, suprimiendo servicios y dejando de pensar en el público. Las malas condiciones ambientales y sanitarias junto con los precios desorbitados del festival invocaron a los espíritus del enfado y la ira de los espectadores, que terminaron en todas y cada una de las atrocidades posteriores llevadas a cabo por parte de unos jóvenes cabreados y con una visión desesperanzada en el futuro.

De este modo, en el año 2023, Woodstock 99 resucita a base de trabajos precarios y nóminas llanas, sobreexplotación, calentamiento global y crisis económica. Las Generaciones Peter Pan o Sándwich ponen de manifiesto el retraso en volar del nido, de despedirse de “mamá pollito”. No es porque los millennial no queramos irnos de casa o porque tengamos un ansia de imitación acentuada por nuestra generación vecina, La Generación de Cristal, sino porque el alto coste de la vivienda no nos lo permite (y un buen millennial no puede superar los mil euros de nómina, nos debemos a nuestros iguales). Así como espectadores revolcándose en el barro, los ciudadanos de mi generación se fríen a impuestos y tasas tal y como el pollo frito de grandes cadenas industriales se fríe en aceite revenido. Entre cervezas a un euro los domingos cantamos al unísono el Break Stuff, intentando apaciguar nuestro cabreo y engañándonos a nosotros mismos y a los demás con el rollo de “Paz y amor” de Woodstock del 69. En la actualidad a ese 6 le han dado la vuelta, poniendo patas arriba un mundo de productos de baja calidad y precios altos, donde llegas a una escisión existencialista en la cual tu yo se debate entre la impotencia de no poder llevar una vida baby boomer por falta de recursos y oportunidades y el deseo de llevar una vida youtuber en Andorra hablando spanglish (un deseo que, a su vez, percibes como imposible.) Así, los días en el INAEM van pasando y llegas a la conclusión de que los miles de euros que has invertido en tus cuatro años de carrera, tus másteres y doctorados, cursos varios y estancias en el extranjero apenas te sirven para freír ese delicioso pollo frito que mencionábamos hace unas líneas con cara de frustración. En definitiva, una sobre-formación para una infra-valoración de la que tan sólo algunos afortunados (también enchufados) se libran.

No diría que mi generación se caracterice exclusivamente por su cabreo, tampoco por sus desilusiones. Al contrario, tal y como los espectadores se revuelcan en el barro mezclado con materia fecal, yo con mis amigos paso los domingos tomando cervezas a un euro. Como diría Cobain, “bajo el efecto de las drogas no te importa nada, solo quieres aislarte del mundo y conseguir una paz interior que no se consigue en estado normal.” Llegados a este punto sólo queda decir “just give me something to break.”

3 thoughts on “Woodstock del 99 y el Manual del buen millennial

  1. Fantástica reflexión de una millennial cubierta de relevante realidad y consiguiente desasosiego.
    Un “bravo” por este estupendo artículo

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