Etología FIT del 2024

¿Os habéis preguntado cuántas de las personas que conocéis actualmente “hacen deporte” de manera habitual? Y, ¿recordáis cuántas de las personas que conocíais en el año 2000 hacían deporte de manera habitual? Es bastante probable que (a excepción de posibles amigos vuestros que se dediquen al deporte de manera profesional) el número de la respuesta a la primera pregunta se haya reducido considerablemente al formular la segunda.

Cuando pasas la mitad del tiempo del día pegado a una pantalla es imposible no toparse con diferentes fuentes de información que te bombardeen con un rollo extremo del Healthy Lifestyle travestido en circo y te inciten a llevar una vida más “saludable”. Estas fuentes promueven una serie de premisas tales como:

  1. Tener una vida activa o realizar el mayor número de actividades posibles, suponiendo ello un incremento significativo de tus niveles de estrés, teniendo siempre algo que hacer y haciéndote sentir mal ese escaso minuto que decides tumbarte en tu sofá a no hacer absolutamente nada. De esta manera no dejarás tiempo para tu autoconocimiento ni para saber qué es lo que verdaderamente necesitas en tu vida (que quizás, sea bastante diferente a lo que crees que quieres o hayas visto en tu pantalla.) Cuanto más caras y extravagantes sean esas actividades que realices mejor, no olvides que en esta sociedad global y productiva debes mantenerte siempre ocupado y por encima de los demás.
  2. Hacer deporte o pagar un gimnasio, vayas los días que vayas o hagas lo que hagas cuando vayas, aunque sólo sea hacerte fotos frente al espejo desde diferentes ángulos y subirlas a Instagram. Así siempre podrás decir que vas al gimnasio.
  3. Comer bien o gastar la mitad de tu mísero sueldo en comida -no procesada-sin conservantes-ni colorantes-libre de lactosa-libre de gluten-en apoyo a les niñes huérfanes de Tristán de Acuña- que te dure dos días en la nevera como mucho.
  4. Mantener una mentalidad positiva o autoengañarte con la idea de una vida perfecta con una pareja perfecta, una familia perfecta, unos amigos perfectos y un trabajo que “te encanta”. (Personalmente, no suelo fiarme de esos especímenes que afirman que “les encanta su trabajo”.)

   Según confirman los “expertos”, si nos levantamos a las 5:00 am y hacemos todo esto (junto con leer un libro, aunque también vale comprarlo y tenerlo de porta-móviles en la mesita de noche para poder subir fotos en la playa con él y nuestras piernas semi-desnudas en verano) seremos felices, súper guapes y exitoses. Además, no tendremos “panza”. Dejando de lado estas fuentes de sabiduría moderna, tampoco voy a entrar en debates acerca del colosal beneficio que sacan las grandes compañías a costa del ciudadano medio que busca aumentar su esperanza de vida comprando ColaCao 0% azúcar (por cierto, si lees la letra pequeña verás que pone “añadido”).

El caso es que cada vez que voy al gimnasio (no sólo lo pago, también voy y me siento súper especial, guape y exitose por ello) me doy cuenta de lo random que puede llegar a ser el género humano (humane, perdón) y de la vida, más enferma que healthy, que realmente llevamos. Un ejemplo de ello son las salas de cardio. De manera voluntaria te pones a correr en una cinta que no lleva a ninguna parte, mientras escuchas con los cascos puestos a un tío que te canta una canción sobre su última noche de pasión heterosexual en un idioma extraño, al tiempo que consumes más información visualizando en una gran pantalla dividida en otras cuatro pantallas Oliver y Benji, Aragón Televisión, Televisión Española y The Big Bang Theory. Mentiría si dijera que en ciertos momentos esa situación no me hace sentir como un hámster enjaulado que corre y corre en su ruedecita (sin Rauw Alejandro de fondo, por supuesto). Sin embargo, y a diferencia de los humanes, los hámsteres no hacen mala sangre con noticias de corrupción política que se proyectan en una gran pantalla mientras corren. A todos los que decís que el gimnasio os sirve para liberar la mente, siento discrepar. Os ayudará a descargar mala ostia, escapar durante 45 minutos de vuestro último mental breakdown o, simplemente, de vuestra triste vida, pero no me creo a ningún espécimen de la fauna fit del 2024 que diga que el gimnasio le sirve para liberar la mente, porque cuando sales de esa macrosala y vuelves a tu casa o a tu oficina tu ansiedad sigue ahí, contigo, y eso no te lo va a quitar ninguna máquina de manera permanente. De hecho, la Era de la Información ha conseguido llevar a cabo una transformación del deporte: de liberación a obligación. En general, ya no se va al gimnasio por afición o salud, sino porque está socialmente estipulado que para ser un ser humano aceptable tienes que ir al gimnasio. Eso, o por mero canon estético. La sociedad ejerce una presión tal que ahora el “rarito” es aquel que come pan que no es marrón y no hace deporte. No contentos con eso, creemos que somos especiales por el hecho de ir al gimnasio y que nos tienen que dar un premio por ello, como si el 80% restante de la población no hiciera lo mismo. Pensad si no en todas esas imágenes que se suben a Threads de espaldas frente al espejo de los vestuarios con pies de foto similares al siguiente: “entreno todos los días, como sano, no salgo de fiesta, soy exclusive, ¿qué más tengo que hacer para encontrar novie?” Qué drama chique, qué drama. En lugar de pensar “la verdad es que hoy no me apetece ir al gimnasio, no voy a ir” pensamos en “cómo no voy a entrenar hoy también”, como si ese día marcara una gran diferencia entre nosotros y ese cuerpo de Instagram o ese amigue ejemplar con esa gran fuerza de voluntad que entrena todos los días de la semana: ¿cómo voy a ser yo menos, bajo mi enfermo ego humano? También encontramos a los señores y señoras de 60 años que se te plantan a un milímetro en la clase de Body Pump, los cuales te miran con recelo por haber usurpado su ubicación frecuente en la sala. Cuando ven que has terminado de dejar tu botella de agua y toalla encima del step se apresuran rápidamente a llegar antes que tú para coger “sus” mancuernas y, así, enseñarte quién lidera en la sabana. De esta manera, el resto de los especímenes de esa clase te hacen sentir como si estuvieras en un mar rodeado de tiburones, o lo que es lo mismo, de economistas, luchando por conseguir un pellizco de la presa. Así, pueden hacer que tú también te apresures haciéndote pensar que el material (a pesar de haber para todos) se va a acabar. En el momento del racionamiento, cogerán un peso más grande que tú para mostrar su fortaleza, ignorando que realmente a las cuarenta personas que están en aquella sala y al monitor les da absolutamente igual lo que hagan o dejen de hacer. Al salir, te mirarán con superioridad mientras te dicen con sus ojos, más excitados que un gremlin en una piscina, que todo el esfuerzo invertido mereció la pena. Esto último se aplica sobre todo a todes aquelles ejemplares que poseen una madriguera de topos en su torso y se hacen fotografías frente al espejo del baño sin camiseta, dejando sus brazos tatuados al descubierto. Una vez ha finalizado la clase te dispones a huir al vestuario despavorida por haber presenciado tales horrores y, cuando crees que lo único que te queda es recoger tus cosas de la taquilla y marcharte a casa tranquilamente, ahí está: la señora de 60 años, con su cuerpo desnudo, recién salida de la ducha mirándote con esos ojos penetrantes. Ella te conoce porque te ha visto en clase, ella sabe que tú la conoces porque la has visto en clase, pero está desnuda y, joder, no la conoces. De este modo, no sabes si lo correcto es decir un “hasta luego” entrecortado y abandonar el espacio o, en su defecto, obviar el hecho de que a pesar de que no sabes su nombre sí sabes que lleva depilado todo menos sus ingles y salir por la puerta haciendo como que escribes un mensaje en tu teléfono.

   Sea como fuere, a pesar de todas estas escalofriantes experiencias, decides volver día sí y día también. ¿Cómo vas a estar un día sin entrenar? Eso es para mileuristas. Así como se produzca un holocausto nuclear, tú te plantas ahí, al lado de esa señora de 60 años. Todos esos minutos que has pasado frente a la pantalla, junto con tus personas cercanas o todo lo que constituye la presión social en general, te hacen entender que a pesar de que te empeñes en creer que sí, tu vida no te pertenece, le pertenece a Instagram y al dueño de ColaCao 0% azúcar (añadido) y que por mucho que te guste el deporte vives inmerso entre la fauna fit del 2024 y sometido a ella.   

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