Conforme van pasando los años tomo más conciencia sobre las complejidades de la comunicación humana. Dentro de una conversación cotidiana, en una misma frase, pueden llegar a darse numerosas interpretaciones que, consecuentemente, tienen efectos directos en el desarrollo de nuestras interacciones. En estas interacciones somos personas hablando con otras personas, somos experiencias y puntos de vista tratando con otras experiencias y otros puntos de vista muy diferentes a los propios.
En este sentido, la comunicación humana se torna difícil. Los humanos no actuamos por la regla de acción-reacción momentánea. Debido a nuestra naturaleza nuestro discurso está plagado de esquemas mentales surgidos a partir de la cultura en la que estamos inmersos y de nuestro propio proceso de socialización que, a su vez, configura nuestro modelo interno de trabajo y nuestra manera de ver las cosas. A diferencia de los animales, el ser humano, posee un ego. Ello nos hace pensarnos como individuos protagonistas del mundo que percibimos. Todo gira en torno a nosotros (y nosotras, nosotres, nosotris…, por supuesto). A pesar de que nuestra evolución nos haya dotado de una capacidad empática, ésta normalmente nos la pasamos por el forro. Si a nuestro egocentrismo propiamente natural le sumamos las consecuencias que el mundo mediático e instagrameable de la actualidad tiene sobre nosotros (y nosotras, nosotres, nosotris…, por supuesto) el resultado son conversaciones inconscientes transformadas en competiciones de egos desapegados y desinteresados por ver cuál es el punto de vista más fuerte. Esto es, una búsqueda de victoria y prevalecimiento de nuestra historia, nuestras ideas, nuestra versión de los hechos. En otras palabras, el tío Paco borracho en la cena de Navidad.
A pesar de que la comunicación verbal sea algo de suma importancia a nivel humano, nadie nos enseña a comunicarnos. De hecho, conforme la historia de la humanidad sigue avanzando, esta comunicación verbal desaparece segundo a segundo, transformándose en una comunicación de la imagen: pensemos en el teletrabajo, encuentros con amigos a través de softwares como Skype o Zoom. O, simplemente, una comunicación a través de imágenes plagadas de filtros y escenas construidas previamente en las cuales se busca esa victoria que ansía tanto nuestro tío Paco (“mis vacaciones son mejores”, “mi boda es mejor”, “mi cuerpo es mejor”, “mi casa es mejor”, “mi mascota es mejor”…)
El mundo actual hace un flaco favor a la comunicación humana en vista de la poca empatía que poseemos surgida de nuestro ego. No sólo buscamos que nuestras ideas prevalezcan y que todo lo tangible que poseemos sea superior al del otro, sino que además en una misma frase pretendemos (ya sea consciente o inconscientemente) que lo que estamos diciendo y/o pensando sea lo verdadero, sin pararnos a pensar que nuestro interlocutor también tiene una vida como la nuestra, aunque diferente, y una propia manera de ver las cosas, al igual que nosotros, pero diferente a nosotros.
Desde aquí, hago un llamamiento y petición oficial a todos aquellos tíos Paco: como dijo Wittgenstein, de lo que no se puede hablar, hay que callar la boca.
A ver si el año que viene los Reyes pueden traernos un poquito más de carbón y empatía para todos (y todas, todes, todis…, por supuesto.)

Feliz Navidad, y próspero año nuevo.